lunes, 2 de abril de 2012

Un celtista nunca se rinde

Probablemente, todos coincidiréis conmigo en que no se puede entender la historia de nuestro equipo sin el sufrimiento,  la derrota y todas esas situaciones límites que nos convierten en pesimistas por  naturaleza, de las que pensamos que nunca saldremos y que, tras luchar como si se nos fuese la vida en ello, siempre logramos abandonar.
Al leer estas líneas, seguramente, a la mayoría se os venga a la cabeza la crisis de los avales, cuando tras vernos por unas horas en 2ªB conseguimos levantar a nuestro Celta, y no de cualquier forma, ya que a partir de ahí, se gestó el que sería el mejor Celta de la historia. 
Otros muchos, quizás penséis en cómo, después de habernos visto en 1ª hace apenas un año, comenzamos un declive cuyo punto álgido se refleja en un penalti en el estadio de Los Cármenes protagonizado por un hombre que, posiblemente, hubiese transformado la pena máxima en gol en 99 de 100 intentos, pero que aquella noche erró. Aquel fatídico día, supuso el adiós de muchos de los hombres que habían conseguido ilusionarnos de nuevo (Trashorras, Michu, Falcón…). No fueron pocos los que pensaron que era el adiós de un proyecto y que tendría que pasar un tiempo para volver a luchar por volver, y, sin embargo, aquí estamos de nuevo, tan solo unos meses después, dándolo todo por volver a nuestro sitio.
Sin embargo, si yo tuviese que decir cuál ha sido la más extrema de todas esas situaciones límites que hemos sufrido en los últimos tiempos, sin duda me situaría en aquella tarde del 6 de junio del 2009 (¡qué lejano parece y a la vez qué poco tiempo ha pasado!), en la que el Celta se jugaba la vida en un partido frente al histórico Deportivo Alavés. La derrota supondría acercarnos peligrosamente al pozo de la 2ªB, con el empate nos quedaríamos en una situación más bien positiva, pero para nada definitiva, y con la victoria nos mantendríamos un año más en la División de Plata del fútbol español. Balaídos se vistió de gala para tan importante cita. Y aquel día, nació una estrella, que, por los colores de su corazón, bien podría haber saltado directamente desde las gradas, pero no, saltó desde el banquillo de suplentes, y lo hizo para marcar dos goles que certificaban la permanencia en 2ª División de su equipo  de toda la vida. Era Iago Aspas, que, con su portentosa actuación, hizo posible que, un equipo que tonteaba con la Categoría de Bronce, progresivamente, haya llegado a soñar con disputar nuevamente la Liga de la estrellas.
Pero lo más increíble es que, ese joven moañés, que pasó a la historia del Celta evitando un descenso, y que también pasará a la historia posibilitando un ascenso, tiene una ligera tendencia igualar su propia historia a la de su equipo.
Iago, en su primer partido en Balaídos, se convirtió en ídolo del celtismo. Sin embargo, sus dos siguientes temporadas no fueron fáciles, pasando mucho más tiempo en el banquillo que sobre el césped. Pero, si algo, caracteriza al de Moaña, es que siempre se levanta, le da igual pasarse varios meses seguidos sin disponer de minutos, cuando lo haga, demostrará de qué es capaz, por ello, en apenas dos temporadas, ha pasado de apenas contar a convertirse en el líder de este equipo.
El domingo volvió a demostrarlo. Primero provocó un penalti, y, ejerciendo su rol de líder del equipo lo tiró. El lanzamiento se fue al palo, pero poco importó, Iago Aspas siguió ofreciéndose, combinando con sus compañeros, encarando y buscando el gol siempre que podía. Así, se cuentan hasta otras tres oportunidades claras, todas desperdiciadas. Pero no se iba a rendir, porque, como bien sabe el 10 celtiña, un celtista, al igual que su equipo, nunca se rinde. Por ello, consiguió el gol, y por ello, conseguirá devolvernos a nuestro sitio.

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