Probablemente, todos coincidiréis conmigo en que no se puede entender la
historia de nuestro equipo sin el sufrimiento, la derrota y todas esas
situaciones límites que nos convierten en pesimistas por naturaleza,
de las que pensamos que nunca saldremos y que, tras luchar como si se
nos fuese la vida en ello, siempre logramos abandonar.
Al leer estas líneas, seguramente, a la mayoría se os venga a la cabeza
la crisis de los avales, cuando tras vernos por unas horas en 2ªB
conseguimos levantar a nuestro Celta, y no de cualquier forma, ya que a
partir de ahí, se gestó el que sería el mejor Celta de la historia.
Otros muchos, quizás penséis en cómo, después de habernos visto en 1ª
hace apenas un año, comenzamos un declive cuyo punto álgido se refleja
en un penalti en el estadio de Los Cármenes protagonizado por un hombre
que, posiblemente, hubiese transformado la pena máxima en gol en 99 de
100 intentos, pero que aquella noche erró. Aquel fatídico día, supuso el
adiós de muchos de los hombres que habían conseguido ilusionarnos de
nuevo (Trashorras, Michu, Falcón…). No fueron pocos los que pensaron que
era el adiós de un proyecto y que tendría que pasar un tiempo para
volver a luchar por volver, y, sin embargo, aquí estamos de nuevo, tan
solo unos meses después, dándolo todo por volver a nuestro sitio.
Sin embargo, si yo tuviese que decir cuál ha sido la más extrema de
todas esas situaciones límites que hemos sufrido en los últimos tiempos,
sin duda me situaría en aquella tarde del 6 de junio del 2009 (¡qué
lejano parece y a la vez qué poco tiempo ha pasado!), en la que el Celta
se jugaba la vida en un partido frente al histórico Deportivo Alavés.
La derrota supondría acercarnos peligrosamente al pozo de la 2ªB, con el
empate nos quedaríamos en una situación más bien positiva, pero para
nada definitiva, y con la victoria nos mantendríamos un año más en la
División de Plata del fútbol español. Balaídos se vistió de gala para
tan importante cita. Y aquel día, nació una estrella, que, por los
colores de su corazón, bien podría haber saltado directamente desde las
gradas, pero no, saltó desde el banquillo de suplentes, y lo hizo para
marcar dos goles que certificaban la permanencia en 2ª División de su
equipo de toda la vida. Era Iago Aspas, que, con su portentosa
actuación, hizo posible que, un equipo que tonteaba con la Categoría de
Bronce, progresivamente, haya llegado a soñar con disputar nuevamente la
Liga de la estrellas.
Pero lo más increíble es que, ese joven moañés, que pasó a la historia
del Celta evitando un descenso, y que también pasará a la historia
posibilitando un ascenso, tiene una ligera tendencia igualar su propia
historia a la de su equipo.
Iago, en su primer partido en Balaídos, se convirtió en ídolo del
celtismo. Sin embargo, sus dos siguientes temporadas no fueron fáciles,
pasando mucho más tiempo en el banquillo que sobre el césped. Pero, si
algo, caracteriza al de Moaña, es que siempre se levanta, le da igual
pasarse varios meses seguidos sin disponer de minutos, cuando lo haga,
demostrará de qué es capaz, por ello, en apenas dos temporadas, ha
pasado de apenas contar a convertirse en el líder de este equipo.
El domingo volvió a demostrarlo. Primero provocó un penalti, y,
ejerciendo su rol de líder del equipo lo tiró. El lanzamiento se fue al
palo, pero poco importó, Iago Aspas siguió ofreciéndose, combinando con
sus compañeros, encarando y buscando el gol siempre que podía. Así, se
cuentan hasta otras tres oportunidades claras, todas desperdiciadas.
Pero no se iba a rendir, porque, como bien sabe el 10 celtiña, un
celtista, al igual que su equipo, nunca se rinde. Por ello, consiguió el
gol, y por ello, conseguirá devolvernos a nuestro sitio.
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